jueves, 1 de noviembre de 2007

...EL APURO, UNA AGUSTIOSA CARRERA…

¿Podemos vivir mas despacio?

El ser humano, sea éste un monje, forastero, comerciante, vendedor, un viajero, un niño o un viejo, no se enfrenta a otra misión que no sea la de escuchar, observar, sentir y participar de la vida. Es precisamente eso, un camino que forjamos sobre la base de emociones.

El mejor secreto para vivir despacio y al mismo tiempo obtener resultados concretos de la vida es vivirla de manera auténtica, siendo nosotros mismos y dando a conocer a los demás nuestra participación cotidiana en el mundo que habitamos. Simplemente lo importante es lograr proyectarnos claramente como personas, tener el ánimo necesario para vivir y la vocación por disfrutar de la vida.

Por culpa del apuro no nos detenemos a pensar sobre nosotros mismos, la gente va corriendo a todas partes y a menudo no tiene tiempo ni siquiera para plantearse a dónde va tan rápido. A veces no lo quieren, pero las circunstancias de lo que les rodea (el mundo laboral y sus exigencias, el esfuerzo que hay que llevar a cabo para conseguir los bienes que queremos tener, los obstáculos que nos alejan de la maximización de los recursos del tiempo, etc.) les lleva a esa actitud nerviosa propia de quien está acelerado.

El apuro desmedido lo va ocupando todo y no deja tiempo para concretar lo que realmente deseamos. Los tiempos hiperkinéticos que vivimos nos dejan muy poco tiempo para la reflexión de las cosas, la comunicación electrónica, la sobrecarga de información, la locura del tráfico, las colas, los mensajes de texto, las llamadas telefónicas, los problemas personales, los estudios, el trabajo, las compras, las cuentas por pagar y las cuentas ya pagadas y un largo etcétera de cosas que hacer en este mundo que nos ha tocado vivir.

El apuro, además, genera violencia, el afán de tener cada vez más cosas nos lleva a la prisa porque el tiempo disponible es limitado, el reloj no deja de andar y las oportunidades pasan y se marchitan. Para tener mucho hay que correr desde el principio: Elegir bien la opción del bachillerato, la carrera más rentable, la posibilidad laboral que no se debe dejar pasar al precio que sea, la pareja conveniente, los cálculos debidos para poder disfrutar con intensidad de la vida y de las cosas. Por esos motivos, el apuro provoca impaciencia, y ansiedad. La prisa o el apuro es un deseo impaciente que trastoca el valor del amor (quiere ser satisfecho sin importar el estado de ánimo de la otra persona), que no conoce la piedad y no cede espacio para débiles, enfermos o fracasados, que exige tenerlo todo ahora o nunca, es el deseo impaciente que no sabe nada de reflexiones sobre la vida y sus detalles.

La prisa o el apuro se opone a la ternura, no hay ternura apresurada, a la persona amada no se le pueden dedicar apenas unos pocos minutos, y no caben las caricias convertidas también en gestiones (girando la muñeca inadvertidamente para ver qué hora es, con el teléfono celular conectado porque se espera una llamada importante, incluso más importante que ese encuentro amoroso). Tampoco resulta posible educar a un hijo a golpe de cronómetro, sin tiempo para esas preguntas sobre los temas trascendentales que importan a cualquier niño, y con cara de estar siendo interrumpido constantemente. El apresurado cree descubrir su derecho a ser el centro del universo, a ser servido, y se queja por tonterías, por la comida que se retrasa, aumentando la soledad en la que habita. Quien tiene prisa difícilmente tendrá estilo, caerá con frecuencia en la falta de educación, en cambio, un individuo educado cede el paso, excusan una conversación excesivamente pragmática cuando el contexto no es el conveniente; no corren detrás de un autobús que se les escapa, sino que prefieren esperar al siguiente, ni se juegan la vida (y la de otros) adelantándose, no se molestan por tonterías.

Vivir en la necesidad de la recompensa inmediata es hacerlo subordinado a esta misma recompensa, de modo que ese sujeto será esclavo de su propia necesidad de bienestar, estará dispuesto a cualquier servicio por conseguirlo, obedeciendo a quien tenga el poder de distribuir los placeres, vivirá una vida centrada en sí mismo como sujeto de disfrute, pero ciego ante el dolor o la necesidad ajena. No querer conocer el dolor, no aventurarse a lo difícil, no atreverse a mirar hacia la muerte, supone desconocer la realidad y renunciar al desarrollo de la inteligencia son características de un individuo en apuros. Depender del grado presente de placeres es carecer de un comportamiento realmente libre, porque significa vivir subordinado. La inteligencia y la libertad van de la mano, y se enfrentan juntas contra la prisa por lograr la recompensa.

La vida del hombre acelerado es, en fin, una existencia egoísta, empequeñecida en sus posibilidades de crecer espiritualmente, amante del pan y circo, a la larga, solitaria y desesperada, porque la sombra del final de los placeres es una amenaza constante.

De esta forma, te sugiero que no te apures, no vivas la vida con tanta prisa, es mucho mejor vivir la vida con calma para disfrutarla lentamente, pero con intensidad. Descansa sobre el paso firme de tu constancia.

ProTesoro.com

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